La
gestión empresarial moderna, hoy más que nunca, trata de focalizar su acción en
las conductas de sus miembros y entender nuevos valores, nuevos códigos, nuevas
formas de “comprender al otro”, para crear escenarios
hacia una dirección concreta.
Los empresarios comienzan a visualizar que cambiar por cambiar no basta, que la
clave está en sus recursos humanos y en sus competencias, que el cambio
comienza en cada individuo, en cada área de trabajo, pero también se hace
necesario que los integrantes de una empresa puedan aportar conocimientos y
habilidades que favorezcan una cultura de cambios y de marcadas exigencias.
De ahí la importancia, de un desarrollo de competencias pre-laborales durante
el período de formación, un desarrollo de capacidades transversales, de acercar
a las instituciones del saber a los escenarios de las organizaciones para
compartir responsabilidades.
En la actualidad, existen organizaciones que vienen incorporando en sus
políticas de acción el “proceso de aprendizaje continuo”,
porque creen como fundamental la opción de establecer dentro de sus estructuras
un ámbito de reflexión, de “vivenciar las experiencias de cada integrante para
entender los resultados”.
Y en ese camino de crecer, la organización debe ofrecer una nueva formación del
individuo para demostrarle de dónde viene y hacia dónde va, cómo desarrollar su
carrera profesional, con conocimientos flexibles y prácticos que ayuden a su
polivalencia y a un trabajo en equipo no forzado.
Es tiempo de que desaparezca la formación “como herramienta de imagen” y surja
como “sentido de existencia y eficiencia”, como medio de crecimiento,
permitiendo un desarrollo más real del ser humano en su puesto de trabajo y una
mayor calidad en sus relaciones dentro de su ambiente laboral.
Y ello nos lleva a preguntarnos si todos los colaboradores comparten siempre los valores
de su empresa , si entienden sus aspiraciones, sus creencias, sus
deseos y compromisos. La respuesta se encuentra en “aprender
a vivir en la empresa en tiempos de cambios y de valores perdidos”,
a elevar los procesos de motivación y comunicación, entendiendo que esos
recursos creen en su tarea y pueden enriquecerla con un desempeño colectivo.
Se habla, en muchas ocasiones, en los pasillos de las empresas, de participación,
de liderazgos compartidos, de objetivos claros, pero no se jerarquiza siempre
“el saber escuchar”, “el saber entender”, “el saber reconocer”, “el humanizar
la tarea” para que cada individuo pueda sentirse parte de un cambio, de la
ruptura de viejas culturas, de viejos modelos.
Y esta situación se trasluce no sólo dentro, sino fuera de la estructura
organizacional. Los jóvenes observan más
dificultades que oportunidades al insertarse en el mercado laboral, y es
fundamental que nuevos empresarios puedan transmitir una transformación de
mentalidades, de conductas que crean más en el hombre, de competencias
exigibles y no de competencias descartables,
de poder trabajar con el otro y no desde el otro, de ayudar a que cada individuo
dentro de su hábitat y libertad laboral pueda crear su propia
dimensión.
Sabemos que nuevos escenarios de acción solicitan nuevas conductas, nuevos
modelos que ayuden a tomar conciencia y comprender qué posibilidades de
desarrollo existen, qué realidades profesionales se potencian, qué proyecto personal
pueda desarrollar cada recurso humano nuevo.
Y con esos matices e interrogantes
muchas organizaciones desarrollan y perfeccionan día a día sus procesos sobre
gestión de competencias, dando respuestas a demandas casi fundamentales como la
automotivación en el puesto, la mejora de las relaciones personales y del clima
laboral, el poder compartir información y objetivos claros: conocer la visión y
la misión de la organización, las necesidades de comunicación que tienen sus
miembros, entender la situación real de la empresa en el mercado, etc.
En síntesis, conocer cómo piensa, cómo cree ese individuo que se compromete o
no con su empresa, y tratar de comprender las carencias que lleva en sus
hombros al insertarse en su puesto de trabajo. Debemos comenzar a humanizar la
tarea, seguir creando lazos que optimicen las relaciones interpersonales
durante la acción, seguir ayudando a que el cambio en la empresa sea menos
traumático, desde un plano más real y sentido.
“Los comportamientos marcan un nuevo camino, un nuevo rumbo, donde ya es tiempo
de crear nuevos compromisos, de seguir motivando la interacción social entre
los grupos de trabajo, de desarrollar un sentido de comunidad más puro.”
Los cambios organizacionales adquieren cada
día mayor velocidad y las conductas del individuo deben atender esa situación
para que el compromiso sea verdadero y poder alcanzar de esa forma el objetivo
planteado que permita una especial identidad con la tarea realizada.
Nos encontramos en tiempos de búsqueda de culturas
empresariales nuevas, donde puedan convivir valores como el reconocimiento
justo, la suma de habilidades con responsabilidad, la solidaridad y la
aceptación de diferencias, la existencia de un lugar de trabajo donde se pueda
crear con el otro y para el otro, de compartir desafíos con la empresa y no
desde la empresa, de construir un espacio común en el que el individuo sepa
ejercer su autonomía, perfeccionar sus capacidades y asumir roles desafiantes.
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