Desde los primeros años del siglo XX, las condiciones de trabajo en el mundo occidental han mejorado enormemente pero ello no significa que en paralelo haya crecido la satisfacción de los trabajadores sobre sus trabajos. Desde luego el que hoy tiene un trabajo, por muy monótono que éste sea, se considera más afortunado que el que está en paro, porque el trabajo aparte de proporcionarnos el dinero necesario para subsistir, nos pone en relación con otras personas y nos soluciona también el problema de cómo mantenernos ocupados gran parte del día. Pero aun así, para muchos el trabajo es sólo un mal necesario.
El trabajo ocupa gran parte de nuestra vida adulta y sin embargo se percibe como una carga muchas veces. Para algunas personas es simplemente una carga aburrida, para otros puede llegar a ser insufrible. Pero la mayoría de las veces no se rechaza trabajar, sino que el rechazo se refiere al contenido de un trabajo concreto. Fíjese en el ejemplo de las personas que de pronto ganan un premio en la lotería o las que inesperadamente reciben una importante herencia. Al verse de repente en posesión de mucho dinero lo primero que hacen es proclamar a los cuatro vientos que van a dejar de trabajar para darse la gran vida, pero al cabo de cierto tiempo vuelven a buscarse una ocupación.
El ejemplo anterior, nos muestra que el trabajo es una actividad que necesitamos e instintivamente buscamos cuando nos falta. Existen infinidad de estudios que muestran el valor psicológico del trabajo y cómo su falta produce un nivel de angustia mucho mayor que la que se experimenta cuando a alguien le anuncian que padece una enfermedad grave .
Redefinamos pues el punto de partida: No es el trabajo, sino el puesto de trabajo lo que a veces hace infelices a algunas personas.
Dice Bertrand Russel!' en su libro La Conquista de la Felicidad que los mejores trabajos como fuente de felicidad son aquellos que contienen un elemento constructivo. ¿Quién no ha experimentado alguna vez la intensa satisfacción que produce haber hecho bien un trabajo importante, algo que vale la pena, que deja huella de nuestro paso por el mundo? El reto está en saber aunar el trabajo como fuente de sustento con el trabajo como fuente de satisfacción y realización personal. Pero ¿cómo encontrar un trabajo que nos llene?
No hace falta ser Einstein o Miguel Ángel para sentir esa satisfacción que produce el trabajo creativo. Nos basta con saber claramente que nuestro trabajo tiene un determinado sentido o propósito, que lo que se nos pide está al alcance de nuestras capacidades y que hacerlo bien va a servir también para explorar nuestros propios límites y descubrir de paso que somos capaces de mucho más de lo que pensábamos.
Le propongo un ejercicio muy simple, tome una hoja de papel y divídala en dos partes, en una de ellas escriba las cosas que le hacen disfrutar de su trabajo y en la otra las que le hacen sufrir en él.
La mayoría de las personas cuando hacen este ejercicio y anotan qué les hace disfrutar de su trabajo dicen cosas como:
• Que me guste lo que hago. • Trabajar con gente con la que me entiendo. • Hacer bien las cosas. • Sentirme justamente tratado.
En cambio, cuando enumeran lo que les hace sentirse mal en el trabajo mencionan algunas de las siguientes causas:
• La carga excesiva de trabajo. • El mal ambiente con mis compañeros. • Llevarme mal con el jefe. • Que no confíen en mí.
Si analiza su propia lista o los ejemplos que acabo de citar sobre lo que nos gusta y nos disgusta del trabajo, descubrirá que la mayor parte de estos factores se refieren a interpretaciones que cada uno hacemos de una determinada situación. No es lo que sucede a nuestro alrededor lo que nos hace sentir felices o infelices, sino la forma en la que interpretamos los acontecimientos en nuestro interior.
La experiencia me ha enseñado que sólo cuando estoy satisfecho es cuando doy lo mejor de mí mismo, pero que también estar satisfecho es una elección que puedo hacer en cualquier momento.
La experiencia me ha enseñado que sólo cuando estoy satisfecho es cuando doy lo mejor de mí mismo, pero que también estar satisfecho es una elección que puedo hacer en cualquier momento.
He conocido muchas personas en mi vida que desarrollaban trabajos que otras podrían considerar poco creativos y a los que, sin embargo, habían conseguido darles un significado nuevo a base simplemente de cambiar la perspectiva al uso sobre ellos, es decir, adoptando un propósito diferente. ( ver los vídeos de fish que puse este mes)
La segunda cualidad de los trabajos que ayudan a hacernos felices es la adecuación entre nuestras capacidades y las que demanda la realización de una cierta tarea. Este elemento puede ser objeto de muy diversas valoraciones dependiendo del punto de vista que se tome. Los jóvenes que acceden a un puesto de trabajo por primera vez o las personas que son promovidas a desempeñar una mayor responsabilidad, dicen a menudo que se sienten capacitados para ello. No hay evidencia de que sean capaces de desempeñar el nuevo trabajo, pero sin embargo cuentan con la convicción, con la certeza interna, de que así es. Por el contrario, a menudo sucede que se realizan selecciones de personal donde el criterio clave de decisión es la experiencia previa del candidato en el puesto que se pretende cubrir, y luego resulta que la persona seleccionada fracasa en su nuevo trabajo.
El tercer elemento necesario para que un trabajo sea creativo se refiere al componente de reto que seamos capaces de ver en él. La palabra reto define un objetivo o empeño difícil de llevar a cabo y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta. El desafío está en ser capaces de sobrevivir fuera de nuestra zona de comodidad, de ese conjunto de principios, ideas y comportamientos que son habituales en nosotros y contribuyen a crearnos la sensación de seguridad.
Estamos en nuestra zona de comodidad si cada vez que vamos a un cierto restaurante pedimos los mismos platos, o si cada vez que salimos tendemos a buscar la compañía de las mismas personas, o si cada vez que compramos buscamos que nos atienda la misma persona o si cada vez que hacemos un trabajo lo realizamos de la misma manera. Las rutinas que usamos en la vida para sentirnos seguros y cómodos, matan nuestro afán aventurero, las ganas de aprender, de descubrir y de crecer. En la zona de comodidad nuestro espíritu de supervivencia nos lleva a aferrarnos a lo que ya hemos experimentado y consideramos seguro, porque así evitamos el riesgo de equivocarnos, fracasar o sentirnos rechazados. Pero muchas veces el precio que pagamos por esa sensación de seguridad es el de renunciar a experimentar con nuevas oportunidades, lo que a su vez limita nuestras posibilidades en la vida y nos conduce a menudo al aburrimiento y a la sensación de vacío.
Así pues, el trabajo tiene mucho de juego mental. Es un juego que inventamos cada uno de nosotros y que comienza por decidir si el trabajo va a ser una carga o una fuente de satisfacción y crecimiento personal.
El control sobre la forma en que experimentamos los sucesos de nuestra vida está enteramente en nuestras manos. Y aunque en el lenguaje coloquial usamos con frecuencia expresiones como «mi jefe me amarga la vida», «mi trabajo me frustra», «el ambiente de mi trabajo me oprime», lo cierto es que es cada individuo el único responsable de sentir esa amargura, frustración u opresión.
En cambio, cuando verdaderamente aceptamos, escogemos o nos responsabilizamos de nuestros pensamientos y acciones, nuestro compromiso hacia ellos se hace mayor y con él nuestro rendimiento también crece.
Las empresas pueden tomar ciertas iniciativas para mejorar el contexto en el que se desarrolla la vida laboral de sus empleados poniendo a su disposición buenas herramientas, bonitas oficinas, adecuada formación y dirección competente. Pero por mucho que haga la empresa en favor de sus empleados, la experiencia que ellos tengan sobre el desempeño de sus trabajos seguirá siendo única y exclusivamente fruto de una elección individual.
Por eso es importante que en nuestro entorno laboral haya personas que nos recuerden el enorme poder que podemos ejercer sobre nosotros mismos y que nos inspiren a usar ese poder para hacer del trabajo no sólo una actividad productiva sino también una fuente de satisfacción y crecimiento personal. Y esas personas , serán las que hagan desarrollar a esos individuos que componen la organización y como consecuencia de ese desarrollo individual de las personas serán las organizaciones las que se desarrollen.
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